El
infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya
aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos.
Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: Aceptar el
infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es
peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer
quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle
espacio[1].
La torre del Big Ben no es ni la más alta ni el mayor
volumen del Palacio de Westminster es, sin embargo, el ícono por excelencia de
la ciudad de Londres. Westminster fue desde el siglo XIII, salvo cortas
irrupciones monárquicas, la sede de los prototipos del sistema parlamentario
inglés. Luego del incendio de 1834 se inició el proyecto de reconstrucción que
incluirá la ahora famosa Torre del Reloj. Eran tiempos de fuertes “movidas”
liberales, la Cámara de los Comunes se empezaba a imponer sobre la de los
Lores, y el poder político debía mostrarse cada vez más cercano al pueblo[3].
La emblemática torre es literalmente el contacto del Parlamento con la ciudad,
y corona su monumental incursión en el espacio público anunciando el tiempo exacto
y sin distinción a los ingleses (el reloj tiene cuatro caras), quienes ven en la
puntualidad un fundamento del orden social. El Big Ben define con sus códigos
el exaltado poder del Parlamento, pero también la supremacía del servicio
público como finalidad del poder político; es un símbolo de la democracia
inglesa y de la propia identidad de este pueblo al que sirve y pertenece.
Salvando las distancias del caso, la mayor parte de
generaciones recientes conocimos la torre del reloj de la Plaza de Huamachuco sobre
los tejados de la casona donde funcionaba la comisaría. De alguna manera el uso
reciente nos negó la posibilidad de comprender o “leer” la razón de ser de
aquella torre hasta que, luego de largos años de negociaciones, el gobierno
local logró recuperar el solar del antiguo Cabildo. En una escala diferente, el
mensaje arquitectónico es esencialmente similar; el Reloj Municipal se concibió
en su tiempo desde la necesidad del poder político de establecer una “conexión”
con el pueblo. Esta relación se materializa en la torre que logra otorgarle al
mimetismo de la casona (con la arquitectura tradicional de la plaza) un
carácter particular: El carácter de edificio público.
Del tiempo de la adición del reloj, no se verifican otras
reformas importantes a la casona. En las salas laterales se entablilló el piso y
se realizaron algunas molduras que también aparecen en el zaguán, fue una de
las primeras que renovó con balcones de antepecho los anteriores balcones
corridos que fueron aún más modestos, su zócalo exterior moldurado se hizo de
mortero de cemento pulido y expuesto, alguna fotografía[4]
muestra farolas adosadas a la fachada, y a pesar de cierta variedad en sus
vanos (puertas de diversos tamaños según su función y un par de ventanas con
protectores de herrería forjada) mantiene su parquedad, no hay nada más; es un
edificio austero. Quizá olvidamos que, como en el caso de Westminster, el
edificio gubernamental habla de la naturaleza del poder que albergó; aquellos
antiguos huamachuquinos que asumían los cargos públicos ad honoren no
encontraron prioritaria la ostentación, pero sí su genuina preocupación porque
la ciudad comprendiera que aquel edificio le pertenecía y estaba a su
servicio. El Reloj Municipal es el
recuerdo de su intención de legitimar simbólicamente al gobierno local y la digna
austeridad del edificio nos debería recordar la coherencia del civismo de
aquellos días.
Las relaciones entre arquitectura y poder siempre
han sido complejas. Desde la dedicatoria de Vitruvio a Julio Cesar en el
tratado más antiguo que se conoce[5],
la polémica sobre la subordinación al poder político ha llegado a nuestros días
con ejemplos cada vez más dramáticos y pintorescos. Uno de los casos recientes
en nuestro medio, fallido gracias a las protestas que suscitó, lo protagonizó
el Ministerio de Cultura en febrero del 2011. Cuando por motivo de la Cumbre ASPA,
y para demostrar la bonanza que vive nuestro país, no tuvo mejor idea que
pintar de látex marfil el concreto expuesto del Museo de la Nación, antes sede
del Ministerio de Pesquería, sin considerar que podría hacerle perder su escala, su dimensión y la expresividad[6]que lo caracterizan
como referente del Brutalismo; corriente dominante en el lenguaje
arquitectónico del poder en los 70, que ahora nos recuerda a través de la
experiencia urbana este periodo de nuestra historia. Paradójicamente, hasta
ahora, no se rescata el aspecto original del material oscurecido por los años,
al parecer debido a falta de presupuesto.
La historia de los edificios es el ingrediente clave
para comprender su valor. En el caso del antiguo Municipio de Huamachuco, es
una verdadera deuda pendiente. Aunque la mayor parte de la edificación actual procedería,
de acuerdo a sus rasgos, al periodo post guerra del Pacífico; debemos
preguntarnos cuál era su estado cuando Martínez Compañón graficó la sede del Cabildo
en la primera representación urbana de la ciudada fines del siglo XVIII, periodo
en el cual se datan las revueltas anti fiscales que cambiaron la condición
política administrativa de la provincia colonial[7];
o si tuvo participación en la ceremonia de firma del Acta de Independencia de
Huamachuco en enero de 1821[8],
en la conservación de este documento o del ahora extraviado retrato de Bolívar;
en la procesión cívica, fechada entre
1908 y 1909[9]
que trasladó el retrato de Sánchez Carrión desde el domicilio de una de sus
descendientes hasta el salón solemne de aquella época; los cambios que vivió con
la llegada de la energía eléctrica u otros episodios que marcaron la historia
urbana del pueblo; y como las diferentes formas de administración local del
estado republicano fueron pasando por él hasta finalmente servir de comisaría, y
sufrir el atentado senderista que dañó parte de su estructura.
A propósito de la próxima intervención del solar en
el que se encuentra esta edificación, aunque siempre existirán diversos enfoques
válidos, un edificio histórico no necesariamente debe verse como un obstáculo
para un nuevo proyecto. Por el contrario la experiencia contemporánea demuestra
que son buenos pretextos para albergar usos compatibles con sus características
arquitectónicas y estructurales, que se suman al programa de los nuevos
proyectos para otorgarles roles urbanos que los vinculan funcionalmente con el
espacio público, con la ciudad. Como muestra, de que no hay que ir muy lejos para
observar intervenciones exitosas de este tipo, tenemos la sede central del BBVA
Continental en Trujillo, donde el proyecto moderno recuperó parte de la estructura
de la casona de Torre Tagle, conocida hoy como Casa de la Emancipación, destinándola
a usos culturales; en estos ambientes varios artistas e intelectuales
huamachuquinos han realizado exposiciones y presentaciones recientes. Experiencias
internacionales como el proyecto para la sede del Gobierno Regional de Biobío
en Chile[10],
parte del Plan Bicentenario de dicho estado, demuestran que incluso se puede ir
más allá con una intervención urbana integral; en este caso una sencilla
estación de trenes es reciclada como edificio principal de una arquitectura
institucional postmoderna.
Ya culpamos, como es costumbre, a los egos políticos
por su poco respeto al patrimonio; pero como decía un destacado conservador,
debemos recordar que “la actividad más difícil para un arquitecto es la
conservación del patrimonio”, porque implica vencer el propio ego; ese deseo
siempre “bien intencionado” de “hacer algo mejor”. Parafraseando a Italo Calvino,
el “infierno” ya está bastamente copado de esas “buenas intenciones”.
“Sepelio
antiguo”. Fotografía
en la que se aprecia parcialmente la fachada del Municipio (derecha)
[i]Proyectista egresado de la Facultad de
Arquitectura, Urbanismo y Arte de la Universidad Privada Antenor Orrego.
[1]CALVINO, Italo; PALMA, César. Las ciudades invisibles. Unidad
Editorial, 1999. p. 68-69.
[2]Anónimo.Sin título.
Imagen tomada de Julio Galarreta González y La Literatura de Huamachuco. Armando
Arteaga [en línea] Blog Terra Ígnea, 25 de octubre del 2009 [Fecha de consulta: 28 de febrero
del 2013]. Disponible en .
[3]Colaboradores de Wikipedia. Palacio
de Westminster. Wikipedia, La
enciclopedia libre, 2013 [Fecha de consulta: 28 de febrero del 2013].
Disponible en <http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Palacio_de_Westminster&oldid=63412504>.
[4]Anónimo, Sepelio
antiguo. Imagen tomada de Huamachuco [En línea]. Comunidad [Fecha de
consulta: 28 de febrero del 2013]. Disponible en <https://www.facebook.com/photo.php?fbid=224935594303859&set=a.103011416496278.2388.102942029836550&type=3&theater>.
[5]VITRUVIO, Marco Lúcio. Los diez libros de arquitectura.
Linkgua, 2010. p. 17.
[6]FERRER, Felipe. El Brutalismo, expresión
arquitectónica de una época de la historia del país. Revista Moneda, 2011, no 148,
p. 47-51.
[7]ESPINOZA,
Waldemar. Geografía Histórica de
Huamachuco: Creación del Corregimiento, su demarcación política, eclesiástica y
económica, 1759 -1821. 1971, p.
12-28.
[8]REBAZA, Nicolás. Anales del departamento de la
Libertad en la guerra de la independencia. El Obrero del norte, 1898.
[9]CENTURIÓN VALLEJO, Héctor. José Faustino Sánchez Carrión:
Ministro del Libertador. Caracas, Archivo General de la Nación, 1973. p.
222.
[10]RADIC, Smiljan; CASTILLO, Eduardo; SERPELL,
Ricardo. Barrio Cívico: Concepción, Chile. ARQ
(Santiago), 2007, no 67, p. 18-25.
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