viernes, 5 de abril de 2013

Pérdida de la credibilidad

Lo que no se puede comprar con el dinero es la buena reputación, en otras palabras la credibilidad, donde las palabras solo suelen ser huecas. La realidad no solo existe por lo que se ve, sino también de la imagen posesionada en la mente del público, del entorno en el cual uno interactua a diario. La buena reputación es un valor intangible que garantiza la permanencia en el tiempo, es una variable de fianza  ante una eventual crisis. Es el reconocimiento de los Stakeholders. 
La credibilidad se sostiene en dos pilares: la buena reputación y la imagen generada en la mente de los perceptores. Los ciudadanos manifiestan su juicio mental a sus autoridades, brindando el nivel de aprobación manifestado en las encuestas de aprobación. La pérdida de credibilidad genera una mala imagen, y ésta genera desconfianza.  La imagen es el reflejo de la identidad corporativa o personal de un ente, el cual puede ser percibido por los diferentes públicos. Una imagen es una constelación de atributos positivos que despiertan sensaciones positivas de confianza.  De acuerdo a los proyectos corporativos se puede evaluar y medir el modelo de imagen a gestionar.
El viejo ejemplo del "pastor mentiroso",  la pérdida de credibilidad le acarrea serios problemas, porque aunque se grite la verdad, nadie le cree. Eso ocurre con el Ministerio Público y el Poder Judicial en la ciudad de Huamachuco. Aunque ellos griten a los cuatro vientos que son honestos, que imparten justicia correcta, que luchan contra la delincuencia; sus acciones demuestran lo contrario, defienden a los delincuentes y acusan a los líderes sociales. El pueblo huamachuquino no les cree más.  Estos funcionarios son los que deterioran la endeble y poco creíble accionar  del Estado. La policía y algún sector de la prensa están por el camino de pérdida de credibilidad. Los valores son intangibles que se construyen con el tiempo porque ellos son los generadores del otros valores, por eso que la reputación es un capital de confianza, de solvencia económica y de solvencia ética.
Por Antonio Campos Castillo.

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