sábado, 2 de marzo de 2013

EL TIEMPO DEL RELOJ

Por: Luis Manuel Castillo Vazallo[i]
El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: Aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio[1].
La torre del Big Ben no es ni la más alta ni el mayor volumen del Palacio de Westminster es, sin embargo, el ícono por excelencia de la ciudad de Londres. Westminster fue desde el siglo XIII, salvo cortas irrupciones monárquicas, la sede de los prototipos del sistema parlamentario inglés. Luego del incendio de 1834 se inició el proyecto de reconstrucción que incluirá la ahora famosa Torre del Reloj. Eran tiempos de fuertes “movidas” liberales, la Cámara de los Comunes se empezaba a imponer sobre la de los Lores, y el poder político debía mostrarse cada vez más cercano al pueblo[3]. La emblemática torre es literalmente el contacto del Parlamento con la ciudad, y corona su monumental incursión en el espacio público anunciando el tiempo exacto y sin distinción a los ingleses (el reloj tiene cuatro caras), quienes ven en la puntualidad un fundamento del orden social. El Big Ben define con sus códigos el exaltado poder del Parlamento, pero también la supremacía del servicio público como finalidad del poder político; es un símbolo de la democracia inglesa y de la propia identidad de este pueblo al que sirve y pertenece.
Salvando las distancias del caso, la mayor parte de generaciones recientes conocimos la torre del reloj de la Plaza de Huamachuco sobre los tejados de la casona donde funcionaba la comisaría. De alguna manera el uso reciente nos negó la posibilidad de comprender o “leer” la razón de ser de aquella torre hasta que, luego de largos años de negociaciones, el gobierno local logró recuperar el solar del antiguo Cabildo. En una escala diferente, el mensaje arquitectónico es esencialmente similar; el Reloj Municipal se concibió en su tiempo desde la necesidad del poder político de establecer una “conexión” con el pueblo. Esta relación se materializa en la torre que logra otorgarle al mimetismo de la casona (con la arquitectura tradicional de la plaza) un carácter particular: El carácter de edificio público.
Del tiempo de la adición del reloj, no se verifican otras reformas importantes a la casona. En las salas laterales se entablilló el piso y se realizaron algunas molduras que también aparecen en el zaguán, fue una de las primeras que renovó con balcones de antepecho los anteriores balcones corridos que fueron aún más modestos, su zócalo exterior moldurado se hizo de mortero de cemento pulido y expuesto, alguna fotografía[4] muestra farolas adosadas a la fachada, y a pesar de cierta variedad en sus vanos (puertas de diversos tamaños según su función y un par de ventanas con protectores de herrería forjada) mantiene su parquedad, no hay nada más; es un edificio austero. Quizá olvidamos que, como en el caso de Westminster, el edificio gubernamental habla de la naturaleza del poder que albergó; aquellos antiguos huamachuquinos que asumían los cargos públicos ad honoren no encontraron prioritaria la ostentación, pero sí su genuina preocupación porque la ciudad comprendiera que aquel edificio le pertenecía y estaba a su servicio.  El Reloj Municipal es el recuerdo de su intención de legitimar simbólicamente al gobierno local y la digna austeridad del edificio nos debería recordar la coherencia del civismo de aquellos días.
Las relaciones entre arquitectura y poder siempre han sido complejas. Desde la dedicatoria de Vitruvio a Julio Cesar en el tratado más antiguo que se conoce[5], la polémica sobre la subordinación al poder político ha llegado a nuestros días con ejemplos cada vez más dramáticos y pintorescos. Uno de los casos recientes en nuestro medio, fallido gracias a las protestas que suscitó, lo protagonizó el Ministerio de Cultura en febrero del 2011. Cuando por motivo de la Cumbre ASPA, y para demostrar la bonanza que vive nuestro país, no tuvo mejor idea que pintar de látex marfil el concreto expuesto del Museo de la Nación, antes sede del Ministerio de Pesquería, sin considerar que podría hacerle perder su escala, su dimensión y la expresividad[6]que lo caracterizan como referente del Brutalismo; corriente dominante en el lenguaje arquitectónico del poder en los 70, que ahora nos recuerda a través de la experiencia urbana este periodo de nuestra historia. Paradójicamente, hasta ahora, no se rescata el aspecto original del material oscurecido por los años, al parecer debido a falta de presupuesto.
La historia de los edificios es el ingrediente clave para comprender su valor. En el caso del antiguo Municipio de Huamachuco, es una verdadera deuda pendiente. Aunque la mayor parte de la edificación actual procedería, de acuerdo a sus rasgos, al periodo post guerra del Pacífico; debemos preguntarnos cuál era su estado cuando Martínez Compañón graficó la sede del Cabildo en la primera representación urbana de la ciudada fines del siglo XVIII, periodo en el cual se datan las revueltas anti fiscales que cambiaron la condición política administrativa de la provincia colonial[7]; o si tuvo participación en la ceremonia de firma del Acta de Independencia de Huamachuco en enero de 1821[8], en la conservación de este documento o del ahora extraviado retrato de Bolívar; en la procesión cívica, fechada entre 1908 y 1909[9] que trasladó el retrato de Sánchez Carrión desde el domicilio de una de sus descendientes hasta el salón solemne de aquella época; los cambios que vivió con la llegada de la energía eléctrica u otros episodios que marcaron la historia urbana del pueblo; y como las diferentes formas de administración local del estado republicano fueron pasando por él hasta finalmente servir de comisaría, y sufrir el atentado senderista que dañó parte de su estructura.
A propósito de la próxima intervención del solar en el que se encuentra esta edificación, aunque siempre existirán diversos enfoques válidos, un edificio histórico no necesariamente debe verse como un obstáculo para un nuevo proyecto. Por el contrario la experiencia contemporánea demuestra que son buenos pretextos para albergar usos compatibles con sus características arquitectónicas y estructurales, que se suman al programa de los nuevos proyectos para otorgarles roles urbanos que los vinculan funcionalmente con el espacio público, con la ciudad. Como muestra, de que no hay que ir muy lejos para observar intervenciones exitosas de este tipo, tenemos la sede central del BBVA Continental en Trujillo, donde el proyecto moderno recuperó parte de la estructura de la casona de Torre Tagle, conocida hoy como Casa de la Emancipación, destinándola a usos culturales; en estos ambientes varios artistas e intelectuales huamachuquinos han realizado exposiciones y presentaciones recientes. Experiencias internacionales como el proyecto para la sede del Gobierno Regional de Biobío en Chile[10], parte del Plan Bicentenario de dicho estado, demuestran que incluso se puede ir más allá con una intervención urbana integral; en este caso una sencilla estación de trenes es reciclada como edificio principal de una arquitectura institucional postmoderna.
Ya culpamos, como es costumbre, a los egos políticos por su poco respeto al patrimonio; pero como decía un destacado conservador, debemos recordar que “la actividad más difícil para un arquitecto es la conservación del patrimonio”, porque implica vencer el propio ego; ese deseo siempre “bien intencionado” de “hacer algo mejor”. Parafraseando a Italo Calvino, el “infierno” ya está bastamente copado de esas “buenas intenciones”.


“Sepelio antiguo”. Fotografía en la que se aprecia parcialmente la fachada del Municipio (derecha)



[i]Proyectista egresado de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Arte de la Universidad Privada Antenor Orrego.



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

[1]CALVINO, Italo; PALMA, César. Las ciudades invisibles. Unidad Editorial, 1999. p. 68-69.

[2]Anónimo.Sin título. Imagen  tomada de Julio Galarreta González y La Literatura de Huamachuco. Armando Arteaga [en línea] Blog Terra Ígnea, 25 de octubre  del 2009 [Fecha de consulta: 28 de febrero del 2013]. Disponible en .

[3]Colaboradores de Wikipedia. Palacio de Westminster. Wikipedia, La enciclopedia libre, 2013 [Fecha de consulta: 28 de febrero del 2013]. Disponible en <http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Palacio_de_Westminster&oldid=63412504>.

[4]Anónimo, Sepelio antiguo. Imagen tomada de Huamachuco [En línea]. Comunidad [Fecha de consulta: 28 de febrero del 2013]. Disponible en <https://www.facebook.com/photo.php?fbid=224935594303859&set=a.103011416496278.2388.102942029836550&type=3&theater>.

[5]VITRUVIO, Marco Lúcio. Los diez libros de arquitectura. Linkgua, 2010. p. 17.

[6]FERRER, Felipe. El Brutalismo, expresión arquitectónica de una época de la historia del país. Revista Moneda, 2011, no 148, p. 47-51.

[7]ESPINOZA, Waldemar. Geografía Histórica de Huamachuco: Creación del Corregimiento, su demarcación política, eclesiástica y económica, 1759 -1821. 1971,  p. 12-28.

[8]REBAZA, Nicolás. Anales del departamento de la Libertad en la guerra de la independencia. El Obrero del norte, 1898.

[9]CENTURIÓN VALLEJO, Héctor. José Faustino Sánchez Carrión: Ministro del Libertador. Caracas, Archivo General de la Nación, 1973. p. 222.

[10]RADIC, Smiljan; CASTILLO, Eduardo; SERPELL, Ricardo. Barrio Cívico: Concepción, Chile. ARQ (Santiago), 2007, no 67, p. 18-25.