jueves, 13 de enero de 2011

HOMENAJE AL PAPEL

Imaginémonos por un alucinado instante que el papel se hubiese inventado después de la pantalla.

Nos habríamos quedado tan fascinados como neandertales desprovistos de la necesidad de utilizar rocas para dejar sus mensajes, o de sumerios liberados del menester de marcar en barro fresco sus ideas, apuntarlas en pieles de animal o arañarlas en trozos de pizarra para no olvidar.

Cuando finalmente se elaboró el papiro hasta la esfinge se quedó de una pieza, y cuando los chinos lograron el papel construyeron una inmensa muralla para que no les robaran la patente industrial. Pero fue inútil.

En homenaje al papel vale todo tipo de fantasías.

Nosotros hubiéramos dicho “¡Papel! ¡Qué maravilla! Liviano, barato, flexible, ¡y no necesita de máquina, programa o electricidad para utilizarse! Papel, capaz de registrar con suntuosa nitidez textos e imágenes que no oscilan. Papel, más fácil de leer y más discreto, porque si uno no quiere, nadie puede, a través de redes electrónicas o WikiLeaks, revisar lo que en privado se ha mirado o escrito”.

El papel sirve, además, para matar moscas, envolver pescado, volar cometas y bubasetas, y reciclado, rendir otros servicios más humildes a la humanidad.

En un debate epistolar del siglo pasado el poeta arequipeño Percy Gibson Moller le respondió a su contendor:

“Comencé leyendo su carta con el rabillo del ojo y la terminé con el ojillo del rabo”.

Esto dicho en una computadora no hubiera acarreado el mismo crédito que en papel.

Y eso de acurrucarse a leer una revista o un libro no es tan fácil con un aparato electrónico, aun ahora que han llegado las tablas y tabletas.

El mexicano Carlos Fuentes dice en ‘Diana o la Cazadora Solitaria’, novela que habla de su permanente relación con la cultura norteamericana y de su pretérito amorío con la actriz Jean Seberg, que cuando llega a Estados Unidos se sumerge en las grandes librerías y, abriendo tomos por la mitad, percibe el perfume del escote de una gringa.

Nadie en su sano juicio (y con la excepción de contados periodista veteranos que siguen pergeñando sus artículos en máquinas de escribir) niega la indispensable magia de la cibernética ni el Aleph enciclopédico que tenemos entre manos, pero el problema de las laptops, las tablas o los teléfonos inteligentes es que aún no tienen el aroma de Jean Seberg. (Por: Enrique Zileri Gibson).

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