sábado, 7 de mayo de 2011

SALVANDO A MARCAHUAMACHUCO

Marcahuamachuco es la huella más visible del hombre andino en La Libertad. Sus herederos más cercanos, un grupo de agricultores, luchan por evitar que desaparezca.

Arriba, a más de 3,500 metros de altura, el viento sopla fuerte entre los muros y la neblina cae sin avisar. Los que están en el lugar sienten cómo el frío penetra hasta sus huesos, mientras la fina llovizna acaricia sus rostros. Alrededor, todo se oculta tras la densa cortina blanca. Nadie puede ver más allá de algunos metros.

En medio de ese cúmulo de nubes frías, sobre la montaña verde y cerca de donde varias ovejas pastan, una joven mujer andina con nombre citadino, Susana Anticona, escarba la maleza que durante siglos creció en un sagrado territorio de piedra, construido en un lejano caserío de La Libertad. Lo llaman Marcahuamachuco, como la pequeña localidad asentada a pocos kilómetros. Ese lugar, que podría ser, según los investigadores, un antiguo centro militar o un importante templo de adoración de hace 1,500 años, padeció en carne propia los azotes de la naturaleza y el tiempo. El panorama es elocuente. Se repite una y otra vez. Murallas de hasta 10 metros de alto que resguardan largos pasadizos, pero también estructuras derrotadas sobre la vegetación. Lo último es muy frecuente. Susana lucha para impedirlo.

Hace poco menos de un mes se dedicaba solo a sembrar y a cosechar para vivir o, mejor dicho, para sobrevivir. Lo hizo desde chiquitita. Ahora, a sus 18 años, ya no espera el fin de la temporada para llenar sacos de papa, cebada, maíz, oca o trigo; sino que todas las mañanas, de lunes a sábado, toma alguna muralla y escarba aunque el frío le congele el cuerpo y, con su pollera multicolor y chaleco fosforescente, desaparezca en la niebla que cruza la meseta.

Veinte minutos a pie separan el sitio arqueológico de su casa, que como todas alrededor debe ser una construcción precaria de adobe y techo a dos aguas. Allí vive junto a sus padres y a sus siete hermanos. Un día le propusieron trabajar para la Unidad Ejecutora 007, que tiene la misión de salvaguardar el complejo arqueológico. Ella aceptó. Fue hace un mes. Entonces, dejó chacras y ovejas para sustituirlas por cascos, guantes y herramientas que al principio no supo para qué servían. Le enseñaron lo que tenían que saber y, sin perder tiempo, se sumó al rescate.

Según sus propias palabras, lo que hace es cuidar las ruinas y los especialistas dicen que es difícil saber qué tanto ha desaparecido. Sin embargo, en algo coinciden: hay mucho por hacer y Susana lo ha escuchado demasiadas veces. Probablemente, eso le borró la sonrisa de oro que esporádicamente exhibe cuando trabaja. No muy lejos está su tía, una mujer de más edad y no necesariamente con más experiencia en lo que llaman conservación preventiva. Contándolas, son 30 los pobladores involucrados en el proyecto. Siete mujeres y el resto hombres. Ellos son parte solo de los trabajos iniciados en el sector Las Torres, explica la conservadora Deysi Dextre. La tarea principal consiste en eliminar la copiosa vegetación de los muros para evitar que colapsen. Para ejecutar las obras en los otros dos sectores, llamados El Castillo y Las Monjas, se tendrá que juntar a prácticamente todo el caserío y entonces los campos de cultivos deberán.

No hay comentarios: