martes, 1 de febrero de 2011

PROHIBIDO DUDAR

Por: CÉSAR HILDEBRANDT

Pensar se ha convertido en una rareza, dudar parece prohibido, demandar dignidades puede ser un crimen.

Nos lanzamos los coleguitas sobre el congreso, cazamos al poder judicial, le damos con palo al TC, al MTC, a la PROMPEX. Y todo eso está muy bien.

Como está bien descubrir qué candidato a congresista tiene rabo de paja, cuál pasó por San Jorge, quién no parará hasta Lurigancho, de dónde son los cantantes.

Esa es la labor de la prensa. O parte de la labor de la prensa.

Porque la otra parte -la más gorda, la más importante y la más omitida- tendría que ser la dedicada a examinar las corruptelas del poder económico en alianza con la política, que es una manera taquigráfica de hablar del tramado nativo del sistema.

Eso sería magnífico. Sería una carga de caballería de templarios dedicados a restablecer la verdad en tierra de infieles. Sería napoleónico. Sería recordar a Emile Zola. Pero no.

Las temeridades de la prensa no llegan al corazón del sistema.

¿Por qué?

Porque la prensa es, desde hace unos 20 años, la aurícula derecha de ese corazón.

Y por eso García y su fortuna, Odebrecht y sus santos óleos, la gran banca y sus asaltos, la megaminería y sus olvidos, todo eso se ha borrado de la agenda.

Hoy la agenda la hacen los que confunden caviares con decencia, descontento con ganas de fregar, Frecuencia Latina con la BBC.

Y la hacen los esclavos de El Comercio, los escribas de Epensa, los gaznápiros tristes de la prensa que cuesta cincuenta céntimos pero no vale ni un carajo.

También la hacen los coleguitas que en la tele y en la radio tienen permiso para meterse con todos menos con “el sistema”. Y como “el sistema” suda corrupción, la prensa seca y talquea a sus representantes.

O sea que pueden hablar hasta de Jorge del Castillo, que es el hito puesto por García en esa frontera que nos separa del tabú. Y pueden hacerlo no sólo porque Del Castillo está bajo legítima sospecha sino porque, de esa manera, se congracian con el jefe García y con sus odios. Pero de allí no pasan.

Todos saben que la prensa, en general, cobra y calla. Y que las grandes empresas licitan con una yapa puesta en un sobre. Y que hay ministros ladrones que exigen su por ciento.

Pero de ese vertedero no se habla. Porque el vertedero es parte del sistema.

El sistema consiste en venderte, con éxito, la idea de que ya no hay nada que hacer, que todo está consumado y que colorín colorado este cuento ha terminado. Traducción: el marcado te mira desde la cruz y te juzgará con fuego si te metes con él. Otra traducción: María es el libre comercio, que a todos nos hermana. Y la democracia electoral es el carpintero José, raigal padre nuestro.

Y así es de papal el asunto. Así de inapelable.

Todo esto es pura basura, por su puesto. Diez kilos de basura puestos en una bolsa de cinco kilos.

Pero esa basura es la que ha prevalecido y está en la cabeza global de casi todos. De allí la devoción por la estupidez y el credo del estoicismo. Si la historia ha terminado, ¿para qué resistir? Si carecemos de futuro, ¿en nombre de qué luchar? La prédica subliminal es esta: pertenecemos a un presente inmutable, crónico, blindado, infinito y, de modo fatal, repetitivo. Con ese tamtam del tiempo inmóvil como fondo habremos de morir para que nos sucedan quienes, gracias a que los hemos preparado, pensarán con la misma resignación y la misma disciplina. No es un mundo ese: es el sueño de la máquina perpetua. Si las tuercas tuvieran utopías imaginarían esa perversa perfección.

Para que estos cánones sean consentidos se requiere un alto grado de indigencia intelectual. Pues bien: esa hazaña de lobotomización ecuménica ya la ha producido la televisión. En todas partes, desde Madrid hasta Santiago de Chile, desde Londres hasta Panamá, suenan los mismos ruidos, las mismas distracciones sanguinarias, el mismo apocalipsis del espíritu.

Sólo chusmas colosales pueden creer que un mundo donde la banca quiebra y los pobres la auxilian por mandato de un Estado ladrón, un mundo donde hay países que bombardean países basándose en mentiras y llaman terroristas a quienes apenas los imitan, es el mejor de los mundos y merece durar eternamente (con los arreglos cosméticos concebidos para que nada de lo esencial cambie).

Pensar se ha convertido en una rareza, dudar parece prohibido, demandar dignidades puede ser un crimen.

Nunca un error moral había tenido características tan planetarias. Roma no soñó con imponerse de un modo tan aplastante. Hoy hasta los bárbaros quieren para ellos el sistema que los despreció.

Volviendo a lo nuestro: está prohibido para los periodistas que el sistema erosione la fe en los cimientos de este modelo. Porque el modelo requiere de un estado casi cataléptico de su sociedad.

De allí que el coleguismo de las radios se dedique a temas como el verano, la fusión gastronómica , los taxis blancos, el peligro de los badenes, la política en torno a los semáforos, la posible epidemia de ladillas, los muertos frescos, las violaciones de rigor, el cachudo del año. Las cualquieras, las cartas que te dicen lo que viene y, por supuesto, y con la misma voz del comunicador, el BCP, desodorantes, Nivea, helados D’Onofrio (un alias de Nestlé).

De tal modo que si la prensa pudiera examinarse con rigor y contarle a sus lectores u oidores qué castigos la esperan si se sale del libreto, quizá muchos volverían a confiar en ella.

Y quizá muchos descenderían del Olimpo de cartón desde el que administran la justicia, emiten sus bulas y condenan a los pobres herejes que no participan del banquete.

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